Creen que Alicia Grimaldi conocía al asesino

Cerraduras intactas, casa ordenada y una víctima muy precavida con las visitas, hacen sospechar de un conocido de Alicia Grimaldi. Sólo falta una notebook. El crimen es una incógnita, mientras la autopsia confirmó la muerte por asfixia.
“Yo estoy sola pero bien enrejada”. Con esta frase, una vecina que vio pasar los últimos 60 años sobre calle Chacabuco, graficó la situación de una zona residencial, en apariencia tranquila, pero con episodios de terror, como el acontecido el miércoles, donde una mujer fue hallada muerta en su casa, con signos de tortura.
Alicia Noemí Grimaldi se había jubilado hace dos años, y cuidaba habitualmente a su nieto por la tarde. El miércoles su yerno la estuvo llamando por teléfono todo el día, pero ella no le contestaba. Entonces, a las 19, fue hasta la casa de Chacabuco 678, tocó el timbre, golpeó la puerta, pero tampoco hubo caso. Entonces decidió entrar con la llave que él tenía. La casa estaba silenciosa y sospechó algo extraño, que se confirmó cuando el hombre llegó a la habitación: el cadáver de la mujer sobre la cama, la bolsa en su cabeza, las manos y los pies atados.
Asesino metódico y prolijo
El caso comenzó muy complicado para los investigadores, con varias hipótesis y pocos elementos. El cuerpo de Grimaldi dejaba en claro una sola cosa: la saña del o los delincuentes para cumplir con su objetivo. Aunque éste todavía sea difícil de dilucidar. La faltante de una notebook orientó las sospechas hacia un homicidio en ocasión de robo, aunque la presencia de la cartera de la víctima con dinero adentro devolvió las intrigas.
El informe de la autopsia practicada por los médicos del Departamento Forense del Poder Judicial habla a las claras de una situación tortuosa, y se descarta de plano un suicidio: muerte por asfixia, provocada por la bolsa en la cabeza, aunque no se le encontró ninguna lesión en el cuerpo.
El resto de la escena del crimen habla de un asesino prolijo, metódico, minucioso y detallista, pero sobre todo, según sospechan los investigadores, conocido de la víctima. Las cerraduras de todas las aberturas de la vivienda estaban intactas y la casa impecablemente ordenada, por lo que se presume que Grimaldi tenía una relación con su verdugo, aunque también podría haber caído en un engaño. Pero esto último es más improbable, por lo pracavida que era la mujer con las visitas en su casa a la hora de abrir la puerta, según afirmaron quienes la conocían.
Se levantaron huellas dactilares, pero no hay sospechosos para cotejarlas. Los testigos que han sido interrogados por los agentes de la División Homicidios de la Dirección de Investigaciones no aportaron elementos fuertes: familiares directos, allegados, vecinos, todos coincidieron en la vida normal que llevaba la mujer, de 65 años, jubilada hace dos, que habitaba sola la casa desde que falleció su madre hace unos años. El lamento, el dolor y la incredulidad ante el sangriento hecho predominaron en sus palabras. Aunque ayer faltaban entrevistar a varias personas más, con las expectativas de que enciendan una luz en la oscuridad del caso.
Así las cosas, los pesquisas siguen con un amplio abanico de hipótesis: desde el robo (no se sabe de qué) hasta un ajuste de cuentas (se desconocen qué cuentas habría tenido). Al parecer, las firmes respuestas que se esperan ante semejante crimen se harán esperar un poco más, si es que los asesinos no se escabullen en el paso del tiempo.
El caso recayó en el Juzgado de Instrucción Nº 6, a cargo de Marina Barbagelatta, y la Fiscalía de primera instancia de Laura Cattáneo, quienes esperan el sumario policial para ordenar las medidas pertientes.
Temor tras las rejas
Algunos consideran a la zona que Grimaldi eligió para vivir con su madre hace varios años, por las calles Chacabucho y Maipú, entre Perón e Illia, como un lugar privilegiado de la capital provincial. Hay casas centenarias pero bien mantenidas y otras de una arquitectura del siglo XXI. Parece una zona aislada pero está muy cerca del centro: en pocos minutos se pasa del silencioso paisaje de arboledas al caótico embotellamiento del microcentro paranaense. “Acá nunca pasa nada”, se puede pensar al caminar por sus calles, aunque hace dos días pasó lo peor.
Ayer al mediodía el movimiento de vecinos era a cuentagotas. Un grupo de pesquisas se refugiaba del sol bajo un techo, frente a la casa de la víctima, con caras de circunstancia. Los pocos transeúntes no eran del barrio y sabían del asesinato por lo que habían visto en los medios. A un perro le peinaban los pomposos rulos blancos en la veterinaria de la esquina. Algunos asomaban las cabezas a la vereda y entraban enseguida. Una señora de 80 años que hace 60 vive en Chacabuco al 600 dijo: “Yo la conocí cuando vino a vivir con su mamá, después supe que ella trabajaba en Haimovich, pasaba todos los días por acá, me saludaba”, recordó, y aseguró que la noticia fue un baldazo de agua fría: “Cuando me dijeron, la verdad que me tomó de sorpresa”. Ahora, el sentimiento común de los vecinos tiene nombre: “Tengo un miedo, yo vivo sola y tengo miedo a la puerta de atrás, aunque la tengo con trabas, con todo. En esta -la del frente- yo tengo la reja, que siempre está con llave, abro la otra y de ahí miro”, explicó la mujer.
Si hay un herrero en la zona que proveyó de rejas al barrio, se debe haber hecho millonario. Varios hechos delictivos en los últimos meses sembraron preocupación entre los vecinos, que comenzaron a tomar medidas. Y no sólo por los tradicionales arrebatos callejeros, sino que también hubo robos a las casas. La propia víctima del asesinato, Grimaldi, ya había sufrido un robo en su casa hace poco tiempo, y hace un par de meses a un vecino de la misma cuadra le entraron a robar dinero, aunque no hicieron la denuncia,
“Ya una vez apareció uno diciendo que era sobrino mío, pero de ahí nomás lo despaché, le dije que yo no tenía sobrino”, contó la vecina, y remató: “Yo soy una persona vieja pero consciente”.